Equívoco gran amor







Quizás sea el momento equivocado.

Quizás sea el chico equivocado, pero si no lo es cuanto tardaras en averiguarlo.

No existe la persona perfecta, pero si esa persona que me supo ver cuando los demás no lo hicieron.

Esa que es capaz de alegrarme el día con un simple cruce de miradas. Es esa persona que me corta la respiración al verla pasear por la acera.

Es ese desconocido que quizás se vuelva inseparable. Ese mismo que con un “hola” hace que balbucee como si fuera un bebe diciendo su primera palabra. 
Ese que consigue sonrojarme como si fuera una colegiala y el chico guapo del equipo de fútbol se fijara en mí.

Y es, a ese desconocido al que acabo viendo en todas partes, el que hace que me muerda el labio al recordarle. El mismo que aparece cada noche en mis sueños. Ese que me traslada a mi pequeño rincón de felicidad.

Si consigue todo eso sin apenas conocerlo, ¿quizás merece la pena arriesgar?

Al fin, un día me levanté dispuesta a adueñarme de mi destino. Al fin encontré al adecuado, lo sé.

Camino pensando que con cualquiera de las mil escusas, las que tengo más que pensadas, me acercare y hablaré con él, sin balbucear, sin sonrojarme, simplemente siendo yo. 
Y de repente me choco con alguien, como siempre le culpo a él de todo lo que me ocurre. 
Pero levanto la mirada y descubro que son esos ojos que tanto me gustan, es mi desconocido y empiezo a notar el rubor en mis mejillas. 
No puedo sostenerle la mirada, me desconcentra. 
Acabamos tomando café. 
Podría asegurar, que fue el primero de muchos, pero sin duda el mejor de mi vida.


Ese desconocido, mi desconocido, hace que olvide todo lo demás al hablarme.

Fue quien supo escucharme, comprenderse y ganarse mi alma.

Con el tiempo ese desconocido se convirtió en inseparable, se convirtió en mi mayor debilidad.

A él que le invite a ir a los lugares que frecuentaba y le conté que es ahí donde me siento a pensar en él. A él que conoce mis defectos, mis inseguridades. A él que no intento cambiarme. A él que le entregue mi vida, me desnude en cuerpo y alma. 
A él, le debo tanto.

Le debo tanto. 
Le quiero tanto. 
Le quiero tanto como para escuchar su risa todo el día. 
Le quiero tanto como para sentir su respiración toda la noche. 
Le quiero tanto como para volverme borracha de amor. 
Le quiero tanto como para no dejarle ir jamás. 
Le quiero como se quiere a cientos de amores, con el alma.

Sé que no existe la persona perfecta, pero sí la perfecta para mí. Él es esa persona.

Llegue a quererlo tanto, lo quise  hasta hacerme daño.

Por suerte o por desgracia hoy se que no fue una historia más.

Gracias a el aprendí que los amores pueden llegar por sorpresa o terminar en una noche. 
Que grandes amigos pueden volverse grandes desconocidos, y que por el contrario, un desconocido puede volverse alguien inseparable. 

Aprendí que el “nunca más”, nunca se cumple y que el “para siempre”, siempre termina. 
Aprendí, por las malas, que no debes dejar ganar la batalla a las inseguridades, que no debes entregar tu vida por mucho que sientas que es el adecuado. 
Aprendí que si arriesgas, no pierdes nada y si dejas de arriesgar, no ganas. 

Que si quieres ver a una persona, búscala, mañana será tarde.


Sobre todo aprendí que no sirve de nada seguir negando lo evidente.

Que le sigues queriendo, años después, como se quieren a cientos de amores. 
Que darías la vida, por aquella, tu mayor debilidad. 
Que fue tu primer amor, el verdadero, el que sigue visitándote en sueños.

Quizás fue el momento equivocado.

Quizás fue una historia más o quizás fue la historia de mi vida.

Quizás fuera necesario que terminara.

Quizás fue un cruel castigo del destino, por adueñarme y coger sus riendas.

Quizás, aunque jamás lo sentí, fue el chico equivocado.


Quizás fue mi equívoco gran amor.



Beatriz Sánchez

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