Pelea de leones



¿A veces no os sentís como un soldado romano después de conquistar nuevas tierras para su rey?

 ¿Nunca os habéis sentido el usurpador del reino?  

Quiero decir, ¿que si nunca os habéis sentido fuera de lugar?  

 

Como ese soldado, que está en un lugar que no es su casa, donde es un intruso. Allí es un intruso, al que todos miran. Está allí por haber luchado, por haber luchado y no caído. Pero no está allí por gusto, sino por obligación.  

 

Esto es lo que siento yo en mis días de inseguridad, que estoy fuera de lugar, que soy mi propia intrusa.

 

En esos días cuando vuelven los fantasmas, me siento un soldado romano que está lejos de su hogar por culpa de su rey. Eso cree el soldado, que es culpa de su rey, aunque tiene elección, puede negarse y rezar para no acabar echado a los leones o puede armarse de valor, ponerse su armadura e ir a la guerra como un valiente león. Para después sentirse un intruso, eso si logra sobrevivir.

 

Entonces caigo en la cuenta, si un soldado sobrevive a una lucha de leones, ¿Cómo no voy a poder enfrentarme a esas inseguridades y vencer esos fantasmas?

 

He aprendido a llevar la cuenta de los días buenos, no de los malos. O al menos eso creo que hago. Antes contaba los días malos, respirando en silencio, esperando a que pasaran uno a uno esos fantasmas delante de mí, sin luchar para que desaparecieran. Pero llega el día y dices basta e intentas rugir y empiezas una de esas peleas de leones, empiezas la competición.

 

Ese día recuerdas que toda tu vida es una competición, recuerdas que te han enseñado a competir desde que eras pequeño.

 

Primero, de pequeño, la competición consistía en ver quien coloreaba mejor sin salirse del borde.

 Después en ver quién hacía el dibujo más bonito de la clase. 

Más tarde, competías para ser el primero que reconociera las letras y supiera que sonido hacían al juntarse, así conseguías ser el primero en leer. 

Según ibas creciendo competías por tener más caritas sonrientes en tus tareas. Aun eras demasiado pequeño, no podías rugir. 

Después, por sacar más nota que nadie en los exámenes, al principio preguntabas “¿Y tú qué nota tienes?” y si tenías más, no te faltaba tiempo para restregárselo en la cara, más tarde dejabas de preguntar, entendiste que solo importabas tú y esa maldita competición, la cual te seguía siempre y de la que nadie te había hablado.

Luego, al crecer, llegaron los murales y los trabajos en equipo, entonces tenías algunos aliados, momentáneos, que te ayudarían a derrotar al resto para que esos trabajos fueran los mejores del curso. 

 Así te dabas cuenta que jamás acabaría, que solo descansarías para coger aliento para la siguiente batalla. 

Más tarde, cuando habías crecido algo más, volvías a enfrentarte tu solo al resto, esta vez poseía un mayor realismo, tocaba defender una exposición; mientras intentabas dejarlos boquiabiertos, luchabas para no quedarte en blanco. Y entonces sentías que era la primera vez que estabas ante una verdadera competición, no estabas respaldado por un pupitre, aquel era el momento, o te ponías la armadura y te llenabas de valor, o te volvías al pupitre con el rabo entre las piernas, sin haber rugido. 

Así, probaste de que estaba hecha esa lucha de leones verdaderamente. 

Decidiste coger aliento y seguiste contra viento y marea. 

Compitiendo por tener las mejores notas, sin que esto te arrebatara tu salud, aunque en ocasiones llegaba a conseguirlo. 

Dejándote la piel por conseguir estudiar en la facultad que deseabas desde niño. 

Y cuando por fin consigues tu sueño y piensas que has acabado, vuelves a la carga porque ahora persigues un sueño mayúsculo. Porque en esta competición deberás pelear con uñas y dientes, dejarte la piel y el aliento hasta que te derroten. 

Pero esta vez no lo has logrado, porque esta vez han podido tus fantasmas, porque esta vez tus inseguridades los han dejado ganar. Porque una vez más tampoco has conseguido rugir. Porque nadie te habla de cómo sobrevivir a la competición.

 

Ya no piensas que si un soldado ha sobrevivido a la guerra tú podrás con esto, simplemente te dejas caer. Si estuvieras en el imperio romano, ahora mismo te habrían echado a los leones por dejarte caer, pero ni eres un soldado romano, ni has librado una batalla, ni estás en la guerra y tampoco llegarás a rugir si te dejas caer por el camino.

 

Únicamente te queda un último aliento, ¿lo usaras para ganar la siguiente batalla o dejaras que se evapore?

 

Una forma de sobrevivir a la competición, una de la que nadie parece hablarte, es la que debes aprender por ti mismo. No es una carrera, no hay ganadores, ni perdedores. 

Solo estas tú intentando, como puedes, sobrevivir a la competición. 

Porque la competición es una lucha de leones: levanta la cabeza, camina con orgullo, no te lamas las heridas, celébralas. 

Porque las cicatrices de tu cuerpo son la marca del campeón. 

Tú has estado en una pelea de leones que no hayas ganado esta vez, no significa que no sepas rugir.

 

 

El día en el que aprendas por ti mismo cómo sobrevivir a la competición, ganarás la guerra, tus inseguridades no influirán, no te sentirás fuera de lugar y tus fantasmas no te derribarán porque por fin habrás aprendido a rugir.

 

 

Beatriz Sánchez

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