Habia una vez...

Había una vez.
Un campesino, gordo y feo que se había enamorado.
¿Cómo no?
Por si no fuera poca la desgracia de enamorarse, acabo borracho de amor de la princesa del reino.
De la princesa se decía que tenía unos ojos hermosos, azules como el mar, que si osabas mirarlos te ahogabas en ellos, quedando atrapado para siempre.
El campesino llevaba tiempo observando, siempre desde la distancia, a aquella hermosa princesa.
El campesino no solo se enamoró por sus ojos o su belleza, aunque ayudo, sino porque vio más allá de lo que sus ojos le mostraban. Supo ver más allá de su belleza.
El campesino sabía que era un imposible, un mero sueño. Sabía que el destino, poniéndole el peor de los castigos, quería que la siguiera observando desde la distancia.
Pero un día la princesa, vaya usted a saber porque, le dio un beso al feo y gordo campesino. Y mágicamente, se convirtió en un esbelto y apuesto caballero.
Por lo menos, así lo veía ella...
Por lo menos, así lo sentía él...


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