El cuento
Una de las muchas veces en las que ni mi ánimo, ni mi moral
acompañaban alguien me ayudo. Pero simplemente me ayudo contándome un cuento.
Si un cuento, como los que se leen a los niños para calmarlos. Un cuento que
cambiaría mi forma de afrontar los desafíos. El cuento decía lo siguiente:
“Un hijo llegaba a casa de su padre quejándose acerca de su
vida y de lo difícil que le resultaban las cosas. No sabía cómo hacer para
seguir adelante. Estaba cansado de luchar. Tenía la sensación de que cuando
solucionaba un problema, aparecía otro mayor.
Su padre, harto de esta situación, lo llevó a su lugar de
trabajo. Era cocinero. Allí, llenó tres cazuelas con agua y las colocó en el
fuego. Pronto el agua de cada una empezó a hervir. En la primera colocó una
zanahoria, en la segunda un huevo y en la última unos granos de café. Los dejó
hervir, sin decir palabra.
El hijo, espero impaciente, preguntándose porque hacía su
padre todo eso.
Pasados unos minutos el padre cortó el fuego. Sacó la zanahoria
y la colocó en un plato. Sacó el huevo y lo colocó en un cuenco. Por último, coló el café.
Mirando a su hijo le dijo: “Dime, ¿qué ves?” La respuesta,
inmediata, del chico fue: “Una zanahoria, un huevo y café”
Su padre le hizo acercar. Primero le pidió que tocara la
zanahoria, estaba blanda. Luego que pelara el huevo y lo tocara, estaba duro.
Por último, le pidió que probara el café. El chico sonrió mientras disfrutaba
de su aroma. Aun sin entender nada de todo aquello, preguntó “¿qué significa
todo esto?”
El padre, entonces le explicó que los tres se habían
enfrentado a la misma adversidad, el agua hirviendo, pero que habían
reaccionado de forma muy diferente. La zanahoria, llegó al agua fuerte y dura;
pero después se había vuelto débil, fácil de deshacer. El huevo, llegó al agua
frágil, con una cáscara fina protegiéndolo; pero después su interior se había
endurecido. Los granos de café, sin embargo, habían sido especiales, después de
estar en agua hirviendo, no solo ellos habían cambiado, sino que habían
cambiado al agua; se habían fundido en su nuevo medio, habían aceptado la
adversidad y habían dotado al agua de un color y un sabor distinto, muy
agradable, muy especial.
“¿Cuál eres tú? Cuando la adversidad llama a tu puerta,
¿Cómo respondes?” preguntó el padre finalmente.”
Reconozco que lo primero que sentí era que me estaba tomando
el pelo, al principio no creí que un simple cuento me ayudaría, pensé que era
su forma de desentenderse, o eso creía. Era un cuento para niños, o eso
pensaba. Pero lo cierto es que me dio fuerzas, verdaderamente me ayudó;
entonces supe que no volvería a subestimar el poder de un cuento.
Desde ese día creo que seguimos siendo niños a los que hay
que calmar con cuentos. Niños a los que hay que enseñar no solo con lecciones de
historia o matemáticas, sino con lecciones sobre la vida, lecciones demasiado
complejas, lecciones que se aprenden mejor de esta manera: con un cuento.
¿Porque
verdaderamente estamos preparados para afrontar la adversidad o tenemos que
repetirnos la pregunta final del padre?
Desde entonces, cuando mi ánimo no me acompaña, me repito ¿Y
tú qué eres zanahoria, huevo o café? Y así, como si se tratase de un lema, voy
enfrentándome a los desafíos.
Gracias a ti por contármelo, por no desentenderte, por educarme
como a un niño. Y gracias por soportarme.
Beatriz Sánchez
Comentarios
Publicar un comentario