Algo llamado responsabilidad


Llega el día, cuando menos te lo esperas, en el que tienes que madurar, que reaccionar, que sacar lo mejor de ti, para que la gente crea que eres del todo adulta; en día en el que te exigen una nota alta o un comportamiento menos infantil.

En día en el que tienes que ser responsable.

Ese día llega demasiado pronto.

Recuerdas cuando eras pequeño que tu única preocupación era si te regalarían una bici por  tu cumpleaños o si te dejarían desayunar tortitas con chocolate o si podrías salir a jugar a la calle o llovería y tendrías que quedarte en casa sin poder estrenar tu nueva bicicleta.

Cuando quieres darte cuenta ya eres casi adulta y tus padres empiezan a tratarte como tal, tienes que empezar a buscar soluciones para casi todo tu solita, enfrentar tus miedos y salir de los problemas, como si fueras un valiente soldado romano que va rumbo a la guerra, y lo único que te sale es llorar.

Ser adulto está sobrevalorado y no te dejes engañar por los zapatos y la ropa bonita o por el sexo o por ser “libres” o por no tener a tus padres diciéndote lo que debes o no debes hacer, ser adulto es una responsabilidad.

Y la responsabilidad es un asco, verdaderamente es un asco.

Los adultos tienen siempre mucho que hacer: ganarse la vida, ir a trabajar, pagar el alquiler y las facturas. Por desgracia cuando has pasado la época de jugar con muñecas, de llevar aparato y de hacerte coletas, la responsabilidad se queda contigo y no puedes escapar.

Es como si debieras coger el tren, que lleva esperando tiempo por ti y al cogerlo lo dejaras todo atrás, la preocupación por tu regalo de cumpleaños o el que te dejaran desayunar o si lloverá y no podrás salir a jugar a la calle.

Esa sensación de dejarlo todo atrás nos corrompe los sentimientos, aunque se supone que te hace más fuerte, pero en realidad te da miedo y no sabes cómo afrontarlo. O alguien nos lo hace comprender o sufrimos las consecuencias.

Aunque la madurez tiene sus ventajas, me refiero a los zapatos y a la ropa bonita, al sexo, al ser “libres”, a no tener padres diciéndote que hacer, eso está muy bien.

Pero crecemos demasiado deprisa y nadie nos dice como estar preparados para esta evolución, nadie nos dice como dejar de ser niño y esconderlo pero no abandonarlo del todo nunca.

Es un equilibrio difícil de conseguir. Solo los buenos adultos consiguieron ese equilibrio y no conozco a muchos.

Y así, así es como vamos creciendo, siendo un poco más adultos y menos niños, así es como vamos siendo un verdadero asco.




 Beatriz Sánchez

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