DEJARSE LLEVAR




Salió por el portal de su piso. Unos tacones y un vestido negro le permitían camuflarse en la noche. Solo quería divertirse, olvidarse de lo ocurrido horas antes.

Hacía frío, pero se lo quitaría con un par de copas.

 

Llego al destino previsto, allí estaba Daniela tan puntual como siempre.

-Hola Irene, tienes mala cara, ¿Qué sucede?

-He dormido poco. Vámonos, mi cuerpo me susurra que hay una copa esperándome en la barra de algún bar.

Se fueron al bar donde las esperaba Paula para una noche tranquila, lejos de preocupaciones.

-Ronda de chupitos de tequila. - Un grito de Paula inundó la sala.

A Irene el tequila no le hacía mucha gracia, era más de un simple vodka, pero esta vez no le sabía tan amargo después de todo lo que había descubierto.

 

-Hacía tiempo que no estábamos las tres juntas, ¿Qué os ha pasado en todo este tiempo? – las palabras de Daniel retumbaron en su cabeza, esa noche no quería dar explicaciones, no quería recordar todo.

 

- Bailemos, no hemos venido a estar paradas.

Únicamente estaban ellas en la pista de baile. Una mirada se fijó en Irene, ella se dio cuenta, pero le restó importancia, siguió bailando y bebiendo.

Una voz le susurró al oído, su propietario era un poco más alto que ella, espalda ancha y brazos musculosos.

 

-Hola me llamo Javier.

Sus palabras fueron silencio.

 

-Y bien, ¿me dices tu nombre?

 

-Prefiero mantenerlo en secreto. - No era tonta, sabía que él lo que buscaba era pasar una buena noche con alguien y ella fue la primera que destacó entre ¿Cuántas más? ¿Dos?

- ¿Es pecado tal vez saberlo o el pecado quizás eres tú?

-oh! Por favor, no me vengas con cumplidos no vas a conseguir nada. Te aconsejo no perder el tiempo y que dejes de invadir mi espacio para bailar, gracias.

- Entendido, pero permíteme invitarte a otra copa.

- ¿Me quieres emborrachar?

- No me hace falta. Sé que al final cederás.

- Oh! Vamos ¡vete de una vez!

- No, enserio una única copa. Después te dejaré en paz.

- Bueno, pero que sea rápido.

- Hay tiempo, ¿Por qué correr?

 

Tras varias copas, la llevo a casa. Le abrió la puerta y la ayudó a bajar del coche.

-Hasta mañana. - Dijo ella mientras se concentraba en sujetarse en sus tacones.

-Hasta mañana, pero al menos dime cómo te llamas.

-Irene- estaba cansada, quería irse a la cama.

-Parece un nombre interesante, acorde contigo.

- Deja los cumplidos en casa

-No son cumplidos son verdades

- ¿En serio? Bueno, estoy cansada, me lo he pasado muy bien. Gracias por traerme a casa- Se dio la vuelta y caminó hacia su portal.

 

Él la cogió de la mano, la puso frente a sus labios y la besó. Ella se dejó llevar por el momento y ese momento llegó a más.

Dentro se quitó los zapatos, no quería hacer ruido ni levantar rumores entre los vecinos. Ambos subían excitados y bajo los efectos del alcohol.

Las ganas de ser cubiertos por las sabanas de su cama aumentaban con cada beso que él se secuestraba en cada descansillo.

Tercero B, el camino eterno acabó. Saco las llaves y abrió la puerta. Él muy observador empezó a recorrer aquel piso con la mirada. Decoración moderna, con un elegante y gran espejo, pero le llamó la atención una foto en la que estaba con un hombre, ambos sonreían.

 

Cerraron la puerta y sus dignidades, probablemente se quedaron fuera.

Habitación enorme, la cama en el centro y ellos bajo suaves sábanas.

Bajo esa camisa sorprendentemente aparecían unos pectorales firmes. Él prosiguió bajando la cremallera de aquel vestido negro, ella comenzó un camino de besos desde su boca.

Y ambos se perdieron el uno en el otro.

 

La luz del sol la despertó, cogió una camisa de hombre para ponerse e irse a desayunar. Estaba tomando café cuando unas manos la rodearon. Ella se apartó rápidamente. El sorprendido pregunto qué le sucedía.

 

-Nada, tienes que irte.

-Pero no he desayunado, ¿sabes que es la comida más importante del día?

-Tu sentido del humor no tiene gracia, tienes que irte ahora

-Pero, ¿ocurre algo?

- Si, que lo que pasó anoche no tenía que haber pasado.

-La pasamos genial, y tú también o al menos eso dabas a entender.

Una mirada asesina salió de los ojos de Irene

- ¡Coge todo y lárgate ya!

-Está bien, ¿al menos me darás tu número de teléfono?

- ¿Para qué?

- Porque esa voz la necesitaré escuchar de nuevo.

 

-Yo la tuya no.-Lo empujo hasta la puerta. Irene sabía que lo que estaba haciendo no era lo correcto, pero le dolía reconocer que no lo había pasado del todo mal.

-Espero volver a verte.

-Adiós- cerró la puerta y apoyó su espalda en ella mirando al techo.

 

Javier se quedó inquieto mirando aquella puerta del tercero B, no conseguía asimilar aquella despedida, entonces recordó la foto y se dio cuenta de que se había dejado la camisa dentro.

Irene suspiro, su mirada fue bajando desde lo alto del techo hasta pararse en la foto. Al ver aquella foto volvió a la realidad y unas gotas empezaron a humedecer su suave cara.

 

Lucas nunca se lo habría perdonado, eso ya no importaba, ya no compartirían más recuerdos en aquella habitación, ya no tendría esos abrazos que le daba y que no la permitían caerse.

Todavía no entendía porque sus ojos derramaban lágrimas por él, suponía que era inevitable. Esa mañana tuvo que ir a cancelar todo.

 

Todo eran puñales. Suerte que aún no había enviado las invitaciones, menos mal que no quiso arriesgarse. Ahora entendía porque Lucas se oponía tanto. Pero, ¿Por qué esperó tanto para hacerlo? Así solo logro hundirla más. Al menos se quitó la máscara antes de la boda.

 

Pasaron los días y ella siguió anulando preparativos y derramando lágrimas por sus mejillas. Finalmente decidió que no podría seguir mucho más tiempo así, solo estaba hundiéndose más. Se iría lejos, muy lejos un tiempo.

Acababa de entrar en casa después de un día agotador, cuando se empezó a poner el pijama y de repente sonó el telefonillo: - ¿sí?

- ¿Irene? Soy Javier.

 

- ¿Qué quieres ahora? ¿Qué hacer aquí? - Había pasado una semana desde aquella noche

-Ábreme, hablemos mejor en persona.

 

Irene decidió abrir, ya se sentía demasiado mal por su comportamiento aquella mañana como para ahora no abrirle la puerta.

- ¿Ya estás en pijama Irene?

-Sí, ¿algún problema? ¿Qué querías? - Se puso en la puerta interfiriendo su paso.

-Quiero que vengas conmigo, te invito a tomar algo.

-No gracias, estoy bien aquí.

-Vale, entonces me quedo. - La apartó de la puerta y entró en el piso.

- ¡No! - gritó mirándole llena de rabia.

- ¿Por qué? ¿Qué problema hay en que tomemos algo?

- Simplemente, no me apetece.

- Entonces me quedaré.

- ¡He dicho que no! ¡Vete ya! - Lo volvió a empujar hacia la puerta, como hizo aquella mañana en la cual lo echó de su piso.

 

Pero esta vez Javier se dio la vuelta, la puso contra la pared y empezó a besarla.

- ¿Por qué? - Preguntó Irene mientras le golpeaba el pecho.

- ¿Por qué, ¿qué?

- ¿Por qué haces todo esto? ¿Por qué?

-Porque quiero tener más recuerdos en los que aparezcas, quiero que esta cara siga estando en mi mente y no se borre. - Le apartó el pelo de la cara y una sonrisa apareció acompañada de una mirada triste.

- Voy a vestirme- él también sonrió y mientras esperaba observó que la foto que llamó su atención aquella noche había desaparecido y que su camisa seguía en el sofá.

- ¿vamos? - Apareció sorprendiéndola

 

-Sí.

-Pero solo una copa.

-Sabes que serán más de una, preciosa.

 

Realmente se encontraba cómoda con él, aunque no quisiera reconocerlo. Quizás Javier le ayudará a olvidar todo.

Fueron a una cafetería, ambos necesitaban hablar y preferían un sitio tranquilo. Acabaron en la cafetería retro que tanto gustaba a Irene y a la que solía ir los domingos con sus amigas.

 

-Javier, tenemos que hablar. –Sonó peor de lo que ella quería.

-Hablemos entonces.

-Esto no puede ir a más. –Una vez más volvían a hablar sus miedos.

-Irene, ¿Por qué no confías en mí y te dejas llevar? - pronunció esas palabras casi como una súplica

- No puedo dejarme llevar.

- ¿Por qué?

- Voy a irme un tiempo de aquí.

Esas palabras fueron espinas clavándose en el corazón de Javier.

- ¿Sola?

- Sí, sola. Puede que más adelante lo entiendas, pero por ahora no voy a explicártelo. No puedo- sus ojos estaban llorosos y lo que menos quería es que él la viera llorar.

-Está bien, ¿Cuánto tiempo nos queda?

-Me marcho en una semana

-Pues únicamente te pido que esta semana te dejes llevar y estés conmigo.

-De acuerdo. – En ese momento supo que acababa de firmar un pacto con el diablo. Aunque quizás era el cambio que estaba buscando para no hundirse más.

 

 

Sin darse cuenta, estaban en el aeropuerto. Los nervios poseían a Irene, pero estos cesaban en los brazos de Javier.

 

París, la ciudad del amor y las luces, la llamaban. ¿Qué intentaba Javier llevándola a un lugar así? Su opinión no iba a cambiar. Estarían cinco días como máximo, tenía que volver y preparar las demás cosas para el siguiente viaje, su viaje.

 

No sabía que Javier tuviera tanto dinero como para pagar todo aquello. Realmente no sabía nada de aquel hombre, solo conocía lo que él la había contado. Aquel hotel era demasiado y desde su habitación se veía la torre Eiffel de fondo, le recordaba al típico hotel de las películas románticas.

 

-Ponte esto. Te espero a las ocho en el restaurante.

- ¿Qué es? - aunque no quiso aparentarlo, estaba entusiasmada.

- Descúbrelo tú misma. Adiós preciosa.

Irene abrió la caja era un elegante vestido rojo, largo y con un precioso escote en la espalda. Le encantaba. Era perfecto. En aquel momento se dio cuenta de que se había comportado fatal y que había sido muy dura con él.

Eran las ocho, Javier la estaba esperando trajeado a la entrada.

- ¿Demasiado elegante?

-Perfecto. - estaba estupefacta ¿Cómo podía quedarle tan bien el traje?

- Perfecta eres tú preciosa.

Volvía a empezar con sus cumplidos, esos que tanto odiaba y a la vez la encantaban.

-Sigo preguntándome, ¿por qué todo esto?

- Porque no te mereces menos amor.

Disfrutaron de la velada y salieron a pasear por aquella ciudad. Parecía vivir un sueño, un sueño que acabaría en cinco días. Todo era nuevo para ella, esto ya era mucho más que un par de citas, iba demasiado rápido.

 

-Te echaré de menos- Por fin se atrevió Javier a pronunciar aquellas palabras que llevaban rondándole la cabeza toda la noche.

- No me gusta que digas eso.

-Es la verdad.

-No quiero que te enamores, ni mucho menos.

- No podré evitarlo, no he podido evitarlo. -Esa confesión dejó a Irene noqueada.

-Me voy dentro de unos días, no puedes hacer esto.

- Sí, lo sé y me duele saber que para ti no significa nada más, no me has dado ni una oportunidad, ni siquiera me dejas acompañarte.

- Ya te la he dado, mira donde estamos. Has llegado demasiado tarde a mi vida, y no quiero estropearla con otro romance caprichoso. - en aquel momento Irene no era más que un mar de dudas.

- Pues ahora soy yo el que pregunta, ¿Por qué? ¿Por qué yo? - Javier ya no sabía qué más hacer, aquella mujer le podía.

-Fuiste tú el que me querías conseguir, pero nunca lo lograras del todo.

- Irene eres demasiado dura conmigo.

-Soy realista, te digo esto ahora para no hundirte más tarde. No te llegaré a querer y no cambiaré de opinión por mucho que lo intentes.

 

Una vez más sus palabras se clavaron como puñales hiriendo a Javier.

-Está bien, no quiero hablar más, volvamos al hotel.

- Lo hago para no dañarte cuando me vaya.

-Al menos podrías darme la razón de tu huida, quizás ahora logre entenderlo y entenderte a ti.

- No es huir lo que quiero, es cambiar de aires.

-Si tú lo ves así. Odio que no confíes en mí.

-Entonces déjame libre y déjame hacer las cosas a mi manera. Realmente necesito irme.

- Ya estás haciendo las cosas a tu manera, sin contar con nadie.

 

-Cuento conmigo que es lo único que me importa. Y deja de pedirme explicaciones no tienes derecho. - Irene se dio cuenta de la gravedad de aquellas palabras instantáneamente después de pronunciarlas, ya no había marcha atrás. Aquella discusión la superaba. Echó a correr, ¿hacia dónde? Ni ella lo sabía, solo quería llorar sin que Javier la viera hundida, sin que viera que sí le importaba, aunque demostraba lo contrario.

 

Llegó a la habitación, allí estaba él con una copa de whisky en la mano esperándola.

-Irene- se levantó, se acercó, la cogió de la cintura y le susurro- lo siento.

-Yo también lo siento.

La besó mientras acariciaba su piel con sus dedos y se deshacía del vestido. Ella le quitó la camisa y siguió quitándole los pantalones. Javier siguió besándola mientras le bajaba los tirantes del sujetador y la llevó a la inmensa cama, inundada de almohadas.

Era ella siempre quien llevaba las riendas, pero esta vez, solo se dejó llevar. Profundas miradas se cruzaban entre besos. Ella ardía de placer. Él se limitaba a complacerla. Después de varias miradas y varias sonrisas pícaras, ya estaba bien de tanta posesión.

 

El sol volvió a despertarla, recordó donde estaba, recordó su situación, pero fue la primera mañana que se levantaba con una sonrisa después de lo de Lucas.

 

Javier no estaba en la cama, lo busco con la mirada y lo encontró en el balcón. Los rayos de sol acariciaban su piel, se veía tan perfecto. Se levantó, cogió una manzana del desayuno y fue a abrazarlo. Se quedaron allí contemplando París desde el balcón.

Cuando quisieron darse cuenta, estaban recogiendo todas sus cosas. Volvían a la ciudad. Volvían a la realidad.

 

Fueron al piso de Irene, tenía que recoger un par de cosas antes de marcharse para siempre.

- ¿Al menos te despedirás? - preguntó Javier esperándose la peor de las respuestas, ya empezaba a acostumbrarse a ellas.

-Por supuesto que sí, ven a buscarme en un par de horas.

-Esperaré ansioso.

Irene le dio un beso y bajó del coche. Él arrancó sin quitarle el ojo a aquello que tanto echaría de menos.

El tercero B quedaba tan vacío y esta vez no era por la ausencia de Lucas. Ya no había nada, al igual que en ella. La diferencia estaba en que Javier la llenaba poco a poco.

 

Sonó el timbre, extrayéndola de sus pensamientos, era Javier. La hora llegó, presentía que se acercaba el peor momento de todos.

Subió al coche y lo llenó de olor de su perfume.

-Creo que aquella noche me fijé en ti porque olí tu perfume desde la barra del bar. - La saludo Javier a la vez que se acercaba para impregnarse de aquel olor tan apetecible.

- Que tonto. - rieron al unísono, pero sus semblantes se percibían tristes, ambos sabían que llegaba el momento.

 

Antes de llevarla al aeropuerto hizo una parada, la llevó al bar donde se conocieron. Irene quedó totalmente sorprendida.

- ¿Por qué me traes aquí?

-Porque es mi lugar favorito desde entonces.

-Javier te prometo que volveré.

- ¿Me dejarás ir a verte?

- No te diré dónde voy, no tengo rumbo fijo, solo sé que Italia me espera.

-Entonces, yo no me moveré por si algún día quieres visitarme.

-No, quiero que sigas con tu vida. - Le acaricio la mejilla, sería la última vez que lo haría.

-Sabes que nada será lo mismo sin ti.

-Pero yo no quiero ser las cadenas que no te dejen escapar del pasado.

-Yo sí, así estarás conmigo.

 

- No quiero que me esperes. No te esperare, tú tampoco.

- De acuerdo, pero a cambio volverás, lo has prometido.

-Sí, lo he prometido. Quiero una foto tuya.

- He hecho dos copias de una de las fotos de París, ten.

- Siempre piensas en todo. Javier, que no quiera que me esperes, no significa que no quiera que me olvides. - no pudo resistirse más y se acercó para besarlo.

- Te quiero. - esas palabras quedarían en el aire de aquel coche para siempre.

 

Ella no era capaz de decir semejantes palabras, para Irene eran muy importantes y no las solía decir a la ligera.

Entonces se besaron con ojos llorosos. Un beso de despedida, su último beso.

A su espalda oyó cerrarse la puerta del coche, al que nunca volvería a entrar. Una vez más las lágrimas volvían a aparecer.

 

De nuevo en el aeropuerto, ¿qué estaba haciendo? Su vida empezó a mejorar desde que Javier apareció, quizás tenía razón y solo estaba huyendo. ¿Realmente quería irse de allí? ¿O simplemente quería sentir el roce de la piel de aquel desconocido llamado Javier? Quería todo eso, quería una nueva vida, quería tener unos firmes brazos a los que agarrarse para no caer. Quería los brazos de Javier. Pero sabía que la mejor elección era esa, tenía que irse, y no podía permitir que su felicidad dependiera de nadie.

Ella era feliz con un nuevo destino a donde ir, y si no era así, ya lo sería. Era lo mejor para ambos.

Lo siento, susurro. Lo que no sabía es si esas palabras iban dirigidas a él o a ella, o quizás a ambos.

Se secó nuevamente las lágrimas, cogió la maleta y siguió.

 Adiós susurró de nuevo.

 

Pasaron años, Irene tenía una nueva vida, lo consiguió, ya casi ni recordaba la ciudad. Hablaba perfectamente italiano y tenía un gran empleo. Era su vida soñada y lo había conseguido. Todo había mejorado, estos cinco años habían sido duros, pero mereció la pena. Era alguien importante y solo ella sabía dónde estaba. Fue una desconocida que llegó a ser una de las directoras más importantes de toda su empresa, una inmensa empresa multinacional.

Un día vaciando su cartera encontró un viejo papel doblado, ¿Qué es esto? Era la foto con Javier, ¿Javier? Aquel desconocido de hace cinco años, no pudo no sonreír con melancolía al recordarlo.

Entonces se acordó, se acordó de la promesa que le hizo, le dijo que volvería a la ciudad. Se dio cuenta de que ya era hora, no solo por él, por todo, su antigua vida estaba esperándola, esperaba su visita.

Empezó a recogerlo todo, esa misma tarde cogería un avión y volvería.

 

Su antiguo piso se veía frío, nunca fue capaz de desprenderse de él. Quizás algo en su interior sabía que tarde o temprano volvería. Pero ya no quedaba nada de todo aquello que lo hizo tan cómodo mientras vivió en allí.

Llamó a Paula y Daniela tenía ganas de verlas. Quería volver a juntarse con sus viejas amigas. Quedaron en la cafetería de siempre. Habían cambiado, pero las costumbres no.

Paula ya estaba casada y Daniela tenía pareja. Ella seguía sin nada estable. Mientras estaban charlando, escuchó una voz: ¿de qué me suena esa voz?

- ¿Javier? - No reprimió su alegría al verle.

- ¿Irene?

- Sí, te dije que volvería.

-Hace ya cuánto, ¿cinco años?

-Sí, cinco años. – en su respuesta había una tez de arrepentimiento.

-Es mucho tiempo.

-Era necesario.

-Era necesario, para ti.

-Para mí, para ambos Javier.

-Perdona, te presento a Claudia.

 

-Oh! Hola yo soy Irene, encantada.

-Igualmente.

-Ella es mi novia, en realidad nos casamos en una semana. - Irene palideció al escuchar aquellas palabras, las mismas que se quedaron rebotando en su mente.

-Y bueno, ¿de qué os conocéis? -preguntó Claudia al fin.

-Fuimos amigos hace tiempo. -respondieron a la vez

-Bueno mis amigas me esperan, adiós Javier- lo miró con unos ojos empapados y brillantes- me alegro de haberte visto y Claudia ha sido un placer.

 

Se sintió dañada por dentro, ni siquiera les había felicitado por la boda, pero no podía. Pero aún se sentía peor porque fue ella quien decidió marcharse y quien le pidió que no la esperara, no era justo para él. Era ella la culpable de todo o al menos eso sentía.

 

Como hacía tiempo que no le ocurría las lágrimas se vertieron sobre sus mejillas.

Se acercó a la barra y pidió un vodka solo. Y así una vez más intentó ahogar sus penas en aquel sabor amargo que nublaba sus sentidos. Una vez más necesitaba olvidar.


Beatriz Sánchez

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