Las cuatro fases
Algunos maoríes de Nueva Zelanda creen que
las mariposas transmigran como las almas, y
otros que en realidad existe un solo ejemplar que crea la
ilusión de ser muchos,
exactamente como la mente de un solo ser humano puede, a lo
largo de una vida,
tener muchos sueños, pensamientos y fantasías partiendo de
la misma cabeza,
o como el dorado sol pinta en el agua suspendida todos los
matices del arco iris.
También dicen que las mariposas sólo pueden comunicarse
entre sí
si están en la misma fase o estadio, huevo a huevo y larva a
larva.
Jamás podrá, una crisálida por ejemplo, descifrar la curva
de un vuelo, ni la leve criatura alada que de ella nace logrará hacerse
entender por una larva.
Así también ocurre entre los seres humanos,
pues sólo se comprenden entre sí aquellos que están
atravesando la misma fase vital.
El resto es una danza de equívocos y un juego de
aproximaciones.
Anhelos y desencuentros,
desfases de edad en los que divergen los estilos.
Dos estadios hay, dicen los maestros maoríes,
que hacen de la transitoria quietud un viaje hacia el color:
el primero y el tercero. Hoja o rama sostienen esa búsqueda interior.
Lo ovoidal rige la primera fase, y lo recto y tenso la
tercera.
Las larvas, como los adolescentes, buscan trepar y trepar, y
devoran todo lo que tienen a su alcance; exhiben díscolos pelos y feas
protuberancias, y no escatiman venenos para proteger su debilidad.
Entonces, cuando por fin la crisálida abre su húmedo ataúd a
la voluntad del ala,
cuando por fin emerge la imago, la mariposa adulta conoce en
el aire una libertad ingrávida, pero también el peligro de que su propia
belleza se aniquile en el hambre de algún pico.
Sabio, dicen los maoríes, es aquel que acepta los
mariposeantes disfraces del tiempo y obedece a los cambios como la nube a la
presión atmosférica. Quien vislumbra en las exclusiones naturales ocasiones de
explorar lo sobrenatural.
Pero también aquel que comprende que el auténtico amor,
la unión verdadera,
el vuelo de ocho alas sólo es posible cuando has vivido la
conquista de tus propios ocelos en la soledad de tu diapausa, que ellos llaman
el Suspenso de la Muerte o el Estuche del Sueño.
Quien ignora la vida secreta de las mariposas, sostienen los
maoríes,
conoce muy poco de su alma,
y quien sabe poco de su alma es una mera colección de huesos
enfundados en carne perecedera.
Si un niño maorí pregunta qué cosa será eso que en nosotros
piensa y siente,
o quién es ese que se
escuda en el movedizo y elíptico yo,
le señalan el zigzagueante vuelo de las mariposas y le
dicen:
— Eres el hambre que se agita en ti, la torsión que te
dilata y el negro silencio que te espera. Tras lo cual una de tus alas le dirá
a la otra: «busca compañía», y entonces, cuando de trompa en trompa vagues por
ahí, sabrás que alma es lo que se aleja tras haberte visitado el pulmón para
vestirlo de luz.
—¿Todo eso es el yo? —
suelen preguntar, insatisfechos, los curiosos.
—También es el centro de la tela de la araña, el sitio vacío
del que partes y al que vuelves cuando la realidad te ha ofrecido sus presas.
Un mero hueco para el sueño o la vigilancia.
Extracto del libro El alfabeto alado de Mario Satz
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